miércoles, 29 de diciembre de 2010

- La socialización -


Clase de intervención 16/12/2010.

En la clase del pasado día 16 de Diciembre (última de este año 2010), estuvimos hablando de la socialización, concretamente de la familia y los roles socializadores.

De esta forma, entendemos por rol las conductas “tipificadas”, es decir, los papeles que están definidos socialmente e interpretados por los individuos”.

En clase, la profesora (ya que esta clase fue conjunta y no estuvimos con José sino con la profesora del otro grupo) puso como ejemplo el de un niño que se ha “socializado” en el maltrato, siendo el rol que aprende e interioriza el del maltratador, a no ser que se de cuenta de que ese rol “está mal” y adopte el contrario (aquí entra el ambiente, la cultura, la educación, los trabajadores y educadores sociales, etc.).

Sinceramente, no me gustó demasiado este ejemplo; es un poco desalentador, la profesora nos dio a entender que un niño pequeño, pocas veces es capaz de darse cuenta de que la conducta de su padre como maltratador “está mal” y en la mayoría de las ocasiones, es inevitable que ese rol se traspase de padre a hijo.

Pensando en todo esto y en el “hecho inevitable de que un niño maltratado sea un futuro maltratador” me vino a la cabeza una palabra: resiliencia.

En más de una ocasión hemos visto lo que esta palabra significa, algo así como las posibilidades que tienen los niños de desarrollar conductas y hábitos que no sean los que han visto y aprendido en su familia o su contexto durante toda su vida. Para mí, ese es el “rayito de esperanza” por el que puedo decir que merece la pena hacer proyectos de intervención, inventarse talleres y más talleres que trabajen las habilidades sociales, los modales, la higiene y multitud de cosas más, y merece la pena porque estos niños, tienen resiliencia; son capaces de desarrollar esas actitudes y esos hábitos, que les permitan salir de su barrio, de su situación de exclusión y poder ser unas personas totalmente desarrolladas y adaptadas a la sociedad.

Como dijimos también en clase “cuantas más cosas malas aprendamos, más difícil es desaprenderlas”, y nosotros como futuros profesionales tenemos que aprender a jugar con esas cartas; en lugar de intentar rectificar conductas que ya están interiorizadas por los menores, debemos centrarnos en que los niños aprendan cosas nuevas, que vean nuevos roles que pueden adquirir, nuevas formas de comportarse y convivir con los demás, ya que nunca debemos olvidar que “es más fácil aprender cosas nuevas que rectificar las ya aprendidas”.

jueves, 9 de diciembre de 2010

...No me canso, no me rindo no me doy por vencido...

Clase de intervención 2/12/2010

Si estás solo, estás fuera. Esa es una de las conclusiones que saqué de la última clase del día 2, cuando veíamos las diferentes teorías de la inadaptación social. Un ejemplo muy claro fue el que José puso al hablar de la teoría funcionalista, cuando aseguró que hace unos años, el hecho de estar en paro, era un motivo de inadaptación y que sin embargo ahora era lo “normal”.

Esta claro que en esta sociedad lo individual da miedo, está mal visto ser “diferente” al resto de la masa y si lo eres, eres considerado un “bicho raro”. En el tema de la exclusión social es cierto que en muchas ocasiones el comportamiento de los “excluidos” y sus normas y costumbres no son buenas ni para ellos mismos pero llega un momento en el que tienes que decidir donde pones la línea, qué cosas consideras que están bien y cuales no, y es ahí donde la sociedad planta sus reglas y todo lo diferente, lo hace malo, desde la cosa más clara, hasta la más difícil de catalogar como tal ya que entre en juego la individualidad de cada uno.

Ahora bien, que sepamos que situaciones provocan exclusión social y que conductas son peligrosas es un arma de doble filo; que desde nuestra posición de educadores y trabajadores sociales queramos intervenir con un colectivo por estar en situación de vulnerabilidad o exclusión social puede ser positivo o contraproducente para dichas personas.

Por un lado es bueno, claro está, porque intentamos darle a la persona las oportunidades y los medios para que sea él el que decida cambiar su vida (hace tiempo que me enseñaron que por mucho que quiera es la persona la que propicia su propio cambio, nosotros solo la acompañamos en el proceso); por otro lado, en el momento en el que señalamos a un colectivo con el dedo, lo estigmatizamos como bien dijimos en la clase, lo hacemos si cabe más vulnerable y excluido antes de intentar que mejore.

Un ejemplo que vimos en clase de esta estigmatización fue el caso de los exreclusos, personas que por haber cometido un delito “x” en su vida están excluidos casi de por vida. Si existiera esa “rehabilitación perfecta” de la que hablábamos en clase y se tuvieran garantías 100% fiables de que esa persona ha cambiado, quizás las posibilidades de promoción y de aceptación social se verían aumentadas, pero aún en el hipotético caso de que diéramos con esa utopía y halláramos el remedio perfecto para la completa rehabilitación, ésta seguiría sin ser auténticamente cierta ya que como siempre hemos dicho, nosotros no somos científicos, no damos con la verdad absoluta nunca, pues trabajamos con personas y siempre queda en ellas la última decisión y la última palabra para decidir sobre su vida.

Una vez asumido que nunca podremos intervenir de la forma perfecta y que no somos salvadores que transforman a las personas de raíz, solo nos queda asumir que nuestro trabajo consiste en poner parches; parches grandes, parches chicos, parches de colores e incluso superpuestos unos con otros, pero nunca dejan de ser eso, parches, remedios más o menos eficaces a los males (que muchas veces sin merecerlo) las personas encuentran en su camino y no saben cómo enmendar.

Esta clase, ha supuesto un choque para mí contra la realidad; ya sabía que la intervención perfecta era muy difícil de plantear, casi utópica, pero siempre pensé que con ganas y optimismo cualquier cosa se podría lograr. Me olvidé de la persona, de que es ella la que decide y no caí en lo de los parches, en la falta de recursos y de tiempo de la que disponemos para cambiar años de malas conductas en pocos meses; me olvidé de que en este país todo lo que suene a ayudas sociales va ligado al “aparentar” salvar a la gente y como no, a ganar dinero.

Pese a todo, y sabiendo qué es lo que hay y que muchas veces estaré con las manos atadas, pienso coger todos los parches de los que disponga y sacarle partido a mi imaginación para confeccionar la mejor solución posible para aquellas personas que por alguna circunstancia no tienen los medios o no saben cómo reencauzar su vida. No pienso conformarme y acallar mi conciencia diciéndome todos los días “no puedo hacer nada”, para eso no me metí aquí.