jueves, 28 de abril de 2011

EXPOSICIÓN DE CLASE. 6/04/2011

INTERVENCIÓN SOCIOEDUCATIVA ANTE PERSONAS CON DISCAPACIDAD INTELECTUAL.

Me he quedado un poco en blanco a la hora de escribir sobre esta exposición; sinceramente, apenas pude estar atenta a lo que se iba viendo, pues mi rol de autista me lo impedía, así que he decidido contar cómo me sentí y cómo logre empatizar en cierto modo con las personas que sufren discapacidad intelectual.

Cuando mis compañeras me propusieron colaborar de esta manera, enseguida acepté, pues la idea me gustó mucho. Tengo la suerte de conocer a una persona con autismo, así como a su familia, y en los dos años que llevo tratando con ellos, me han ido enseñando muchísimas cosas; me parecía interesante a la hora de “escenificar” el autismo, no basarme en la idea estereotipada que muchos tienen de él, sino en la realidad de esta discapacidad, que por suerte conozco y he aprendido a valorar.

Una persona autista tiene dificultades a la hora de relacionarse socialmente; no es capaz de aprender a hablar correctamente ni escribir, pero no por ello debemos caer en el error de que una persona con autismo se queda aislada de los demás y no quiere contacto ninguno. Durante la exposición, mis compañeros muchas veces me hicieron sentir rechazada, “tonta” obligándome a sentarme y “estarme calladita”, sin entender que esa era la manera que yo tenía de relacionarme y que lo único que estaba pidiendo era un poco de atención.

Además, en el autismo no todo es tan inocuo; una persona autista debe estar vigilada constantemente pues puede obsesionarse con ciertas cosas que pueden terminar siendo perjudiciales para él; Javi, el niño con autismo que conozco, tiene una obsesión con el agua; siempre está pidiendo agua, roba las llaves de la cocina para entrar y beber, ha descubierto cómo abrir los grifos de su casa (grifos especiales), y su madre tiene que ducharlo y acompañarlo al baño (que también está siempre cerrado con un pestillo especial), para evitar que no beba, pues algo en apariencia tan inofensivo, le puede causar problemas importantes en los riñones; y es que estas personas, (por ejemplo Javi con el agua), no son conscientes de cuando parar, es algo que “deben hacer”, y que si nadie los vigila, estarán, por ejemplo, bebiendo agua hasta vomitar.

Esta realidad me pareció muy interesante destacarla durante la exposición y la respuesta que tuve de mis compañeros fueron risas, comentarios, y agua, mucha agua; tuve serias dificultades para beberme toda la que me daban, y no dejaba de pensar en cómo Javi podía beber tantísimo si a mi ya me estaba sentando mal, a la vez que me sorprendía que nadie me dijera nada por beber tanto ni se preocuparan del porqué lo hacía (aunque supongo que al desconocer este dato, era normal).

Para mí, el mayor problema con el que se encuentran las personas con discapacidad intelectual es la inclusión social, o mejor dicho, la falta de ésta y el riesgo de exclusión tan alto al que están sometidos; solo la familia y el colegio especializado (en el caso de que existiera), serían las únicas redes de apoyo de la persona con discapacidad intelectual y en el momento en el que alguna le faltase, el riesgo de exclusión aumentaría alarmantemente.

Mi propuesta se basa en una educación inclusiva; desde pequeños nos han enseñado en casa y en el colegio “lo que está bien, lo que está mal, lo que es normal y lo que no” y creo que en este tema, solo educando y formando desde la infancia en la igualdad de todos y explicando el porqué somos diferentes, se puede llegar a una “normalización” de la situación y una convivencia respetuosa de las personas entre sí.

Soy consciente de que hay personas que tienen un alto grado de discapacidad intelectual, y que por ejemplo a las personas con autismo es muy difícil integrarlas en la escuela de esa manera; entiendo que en determinados casos puedas existir colegios de educación especial para esos niños, pero en la otra gran mayoría de los casos (incluso en algunos del primer grupo), yo propondría incluir a los niños con discapacidad intelectual en un “ambiente normalizado”; es decir, insertarlos en las aulas, con los demás compañeros, sino en todas las clases, sí en algunas materias comunes, y dedicar otras al refuerzo de sus habilidades sociales o las materias que peor llevan (proceso que podría llevarse a cabo en la misma aula o en otra diferente).

Quizás más de uno piense que también de esta forma los niños se van a sentir discriminados por ese trato desigual y sus compañeros no los van a aceptar, pero creo que todo depende de los profesores, y de qué les digan y qué le enseñen a los alumnos sobre la igualdad, lo bueno y lo malo, el respeto y la humanidad; en definitiva, las enseñanzas que transmiten los profesores, han de pasar por la educación necesariamente, con todo lo que ese término conlleva, y no solo en aspectos teóricos obviamente, sino también en formación humana y de calidad, la cual es indispensable para que esta iniciativa de sus frutos, y estemos formando a las nuevas generaciones desde pequeños, para que en el futuro no tengamos que preocuparnos más de esta exclusión social.

martes, 12 de abril de 2011

Exposición de clase.

MAYORES EN EL OCIO Y TIEMPO LIBRE.

En esta exposición, volvimos al colectivo de personas mayores, esta vez para profundizar en su ocio y tiempo libre, y ver en qué invierten estas personas su tiempo.

Para empezar, decir que me llamó mucho la atención que este colectivo volviese a salir en las exposiciones, y haciendo un análisis crítico he llegado a dos conclusiones: en primer lugar, que este hecho se debe a la necesidad de profundizar en un colectivo que cada día tiene más fuerza dentro de nuestro campo profesional y es susceptible de verse necesitado de ayuda por parte de los profesionales (y con esto me refiero a que el gobierno sí que presta las subvenciones/ayudas/recursos necesarios para que nosotros trabajemos con las personas mayores, y por ello tenemos más posibilidades de hacer cosas con este colectivo, no como con otras personas, quizás incluso más necesitadas, pero con las que nuestra actuación está limitada por los recursos que tenemos); en segundo lugar, hay otra conclusión: volvemos a estar al servicio de lo que nos mandan, y el hecho de que ningún grupo vaya a realizar por ejemplo exposición sobre las personas sin hogar, me llama mucho la atención por diversos motivos.

Centrándonos en el ocio y tiempo libre de las personas mayores, tengo que decir que la exposición que mis compañeras hicieron de este tema me decepcionó mucho. Ya al principio, me “chocó” que definieran el envejecimiento como un proceso “desfavorable”, y a las personas mayores como ancianas o viejas; será cosa de la costumbre, o que ya nos han metido en la cabeza a presión que cuidar el lenguaje es algo muy importante, pero no creo que referirse al colectivo de esa forma bajo la excusa de que “queremos mostrar lo que la sociedad piensa” sea correcto; precisamente si nos dedicáramos a eso, no tendríamos siquiera esta asignatura, porque la sociedad no piensa en estas personas.

En definitiva: observé muchas incongruencias y una forma muy negativa de enfrentarse al tema; ellas no estaban tratando la marginación de las personas mayores, solo su ocio y tiempo libre, y de eso, no apareció nada en la exposición. Por supuesto, me ahorraré el comentar acerca de lo que me parece que pongan un vídeo de navidad con frases que supuestamente han escrito las personas de la residencia (que casualmente según ellas, el 70% tiene algún tipo de demencia), o que las dinámicas tuvieran tan poco sentido, o que no se dedicara mi una palabra a hablar del ocio y tiempo libre...

En vista de todos estos impedimentos para realizar una buena reflexión, he tenido que hacer yo su trabajo e informarme sobre qué diferencias existen entre las residencias públicas y privadas en cuanto a la gestión y obtención de recursos (que marcarán fuertemente el tipo de intervención).

La primera diferencia que he encontrado entre las residencias públicas y privadas es que si bien los directivos de ambos centros orientan su actuación en función del residente-cliente, la percepción del mismo difiere en función de ello y se les otorga un mayor o menor protagonismo. “En el sector público se trata de mantener al máximo la “autonomía” de los mayores, lo que tiene un doble efecto. Por una parte, la persona mayor se siente mejor y más útil, y por otro, su demanda hacia el personal también tiende a disminuir. Si bien la normativa a nivel público es mayor, la expresión de las emociones está más permitida, lo que también da salida a los sentimientos de violencia que albergan las personas mayores, tanto la negación de su envejecimiento, como el resentimiento por el abandono o la ausencia de vínculos familiares, como la exasperación por la pérdida de intimidad que supone el tener que compartir una habitación.

En cuanto al personal, en la privada prima una actitud paternalista, y en la pública se prefiere el trabajo en equipo y una creciente profesionalización. El vínculo con la familia también es distinto, si bien en ambos centros suele ser la familia la que propone el ingreso: en la privada, la familia delega los cuidados y exige en función de su inversión económica; en la pública, en cambio, a mayor deterioro económico, mayores posibilidades de ser aceptados en los centros y también mayor ausencia y desprotección familiar.

De modo específico en los centros públicos, observamos que, al igual que en los privados, existen grandes diferencias generadas en gran parte por la antigüedad y el tamaño, la formación del equipo profesional, el origen profesional del directivo, y el grado de deterioro de los residente (en las residencias públicas se prioriza la entrada de personas con altos niveles de dependencia, mientras que en las residencias privadas la entrada se realiza en función de si el cliente puede o no costearse dicha estancia). El peso y la presencia de la familia aparecen más desdibujados en los centros públicos que en los centros privados”. (Kaufmann, A y Frías, R.)

Estas son, de manera muy esquemática y resumida las principales diferencias entre las residencias públicas y privadas, y creo que es obvio, según lo visto, que las residencias públicas tiendan más a invertir el dinero de sus subvenciones en los propios pacientes, que como hemos dicho antes, tienden a presentar grandes niveles de dependencia; por el contrario, las residencias privadas, al tener que costeárselas el usuario (lo que implica un nivel de vida alto y unas expectativas y exigencias de dicha estancia), se invertirá más en el fomento del ocio y tiempo libre, pues tienen el capital necesario para costearse los recursos necesarios para estas actividades y a la vez atender a los posibles casos de dependencia.

Por último, me gustaría aportar un dato curioso: de las 2.700 residencias geriátricas que existen en España, sólo 700 tienen carácter público, lo que en términos de asistencia significa que existen todavía unos 27.000 jubilados en lista de espera. Ni siquiera los Centros Concertados han podido absorber este excedente de jubilados y solucionar un problema que se agrava con el tiempo: el de las personas que, sin posibilidad de acceder a una residencia pública, no pueden tampoco permitirse el lujo de una privada.

Creo que el problema no está en el tipo de residencia, ni en que los mayores opten por la “vida de hotel” que se les proporciona en las residencias privadas, pues si la persona dispone de los medios necesarios, me parece perfectamente normal que opte por esa opción; sin embargo ¿qué pasa con las personas que necesitan de los cuidados de otros y no pueden acceder a las residencias por estar éstas saturadas y sin personal? Ahí la cosa cambia, y lo primero, es defender el derecho de una persona mayor a vivir dignamente y con los cuidados necesarios el resto de su vida, cuando eso esté logrado, podremos hablar de mejorar el ocio y tiempo libre que ahora mismo y tal y como están las cosas a nuestro alrededor, para mí, la verdad que es algo secundario, pues hay mucha gente con muy buenas ideas, pero pocos recursos para todo y necesitamos priorizar.


REFERENCIAS:

Kaufmann, A y Frías, R.: Residencias: lo público y lo privado. Centro de Investigaciones Sociológicas. Universidad de Alcalá de Henares.

domingo, 10 de abril de 2011

EXPOSICIÓN DE CLASE

23/03/2011

INTERVENCIÓN SOCIOEDUCATIVA CON PERSONAS INVIDENTES.

Cuando me enteré de que las personas invidentes eran uno de los colectivos sobre los que se podía trabajar en la asignatura, y que íbamos a tener una exposición sobre este tema, me ilusionó mucho, no solo por ser un tema novedoso, (que para mí lo era), sino porque no tenía ni remota idea de qué pintaba un educador/trabajador social con las personas invidentes.

A medida que avanzaba la exposición fui descubriendo que un educador social no solo debe estar en las ZTS, o atendiendo a niños absentistas, mujeres maltratadas, etc., es decir, que hay algo más, fuera de “lo típico” a lo que también nos podemos dedicar, y ha sido esta idea la que me ha abierto la mente, y me ha hecho tener curiosidad por bichear e investigar que más campos de intervención me estoy perdiendo simplemente por desconocerlos.

Con este colectivo por ejemplo, un educador se centra en ayudar a la persona invidente en el desarrollo de las habilidades sociales, en la potenciación de su autonomía, en “cuidarlas” en muchos casos etc. y esta idea me sugirió una reflexión importante: sabemos que dentro de nuestras funciones profesionales está por encima de todo (o debería estarlo), la conciencia social y el deseo de ayudar a la gente a rehabilitarse y reinsertarse socialmente en la medida de nuestras posibilidades y de las suyas personales, pero quizás podamos correr un peligro aquí, y es el de creernos los “salvadores” de las personas.

Quizás aún sin quererlo, podríamos caer en el error de generar un vínculo tan fuerte entre usuario-técnico que creamos que esa persona no podrá salir adelante sin nosotros, o hagamos que esa persona se convierta en dependiente y en el momento en el que quiera ser autónomo y hacer las cosas por si solo fracase al no “tenerlos al lado”, por lo que vuelva a “necesitarnos”, y se genere un círculo vicioso entre ambos bastante problemático.

Me parece que esto es algo importante de resaltar, pues he visto en el caso de las personas invidentes un claro ejemplo (ante la falta de uno de los sentidos tan básicos como es la vista), de una posible dependencia del profesional para que sea sus ojos y le ayude en el día a día sin tomar de forma autónoma sus decisiones (por supuesto este ejemplo es extrapolable a un sin fin de casos diferentes; el riesgo aunque varíen sus condiciones, sigue estando en todos los casos).

Por eso creo que es importante concienciarnos y grabarnos a fuego una frase: “nosotros no salvamos a nadie, las personas se salvan solas”. Si tenemos esto presente, no intentaremos ser los ángeles guardianes de nadie, y sobre todo, no nos quemaremos con nuestro trabajo, pues si una persona no quiere salir de su situación, por muy bien que nosotros hagamos nuestra intervención, las cosas van a seguir siendo así; es la persona la que decide, nosotros solo le podemos mostrar la puerta, él/ella es el que tiene que decidir atravesarla y afrontar lo que venga detrás.

Al hablar de la forma de intervención con el colectivo de personas invidentes, me quito el sombrero ante una persona que dijo: “si se cae, te agachas y lo palpas”. Esta persona no era trabajadora social, no era educadora, ni psicóloga ni pedagoga, sino solo madre de un invidente, y es increíble como, cuando menos te lo esperas y cuanto más crees que sabes sobre TU trabajo, TU intervención y TU forma de hacer las cosas, llega alguien que solo piensa en el bien de otro, en su pleno desarrollo y su autonomía y te da la solución perfecta.

A mi personalmente, me ha hecho pensar y darme cuenta que el hecho de que yo vaya a ser la trabajadora y educadora social, no significa que tenga la verdad absoluta, y que no deberíamos caer nunca en el error de creernos la máxima autoridad al respecto, pues a lo mejor un científico se lo puede permitir, pero en el campo de lo social, la “verdad” depende del punto de vista con el que cada uno mire a su alrededor.

Después de este inciso, y como decía anteriormente, la autonomía es fundamental entre los invidentes, y es lo primero que se debe trabajar con ellos, la autonomía en todos los sentidos; no podemos hacerlos dependientes de nada ni de nadie, y sé que por ejemplo el método del perro lazarillo es una gran idea, pero antes de esa opción, deberíamos enseñarle a la persona que ella es perfectamente capaz de desenvolverse en su día a día, que no necesita de nada, que no es menos que nadie, y por supuesto, que es tan válida como el que más en todos los aspectos de su vida.

Por último, simplemente hacer una mención a la ONCE. Esta organización como decían mis compañeras, era casi la única que intervenía con las personas invidentes y como decía Jose, no podemos olvidar que no es sino una empresa; una empresa que ha sabido manejar bien sus recursos.

Obviamente cualquier persona con los recursos necesarios y con ganas de cambiar el mundo podría hacerlo, pero la realidad no es así. El dinero corrompe mucho a la gente, la hace avariciosa y ambiciosa, y en esas palabras no cabe la famosa idea de “conciencia social”; no caben los demás, los que menos tienen y más necesitan, y por eso en cierto modo, me alegro de que queden personas en el mundo que inviertan su dinero y lo gestionen de tal manera que puedan seguir ayudando a otros.

Por otro lado, también “me alegro” de que los profesionales no tengamos todo el dinero del mundo para intervenir, pues dudo mucho de la calidad de dichas intervenciones en tal caso; sin embargo, si tenemos poco, más nos esforzaremos en utilizarlo de tal modo que no se nos escape lo más mínimo, aunque eso no quita que tengamos que seguir peleando por defender los derechos de las personas, sobre todo, el derecho a vivir dignamente y ser felices.